Organiza: «Club Manchego de Fotografía».
Autor: José Andrés Gallardo.
Lugar: Casa de Baños (Sala de Exposiciones). De 04 a 30 de diciembre de 2019.
¿Qué queda de las cosas cuando su tiempo ha pasado? ¿Qué tienen de atractivo los parajes abandonados? ¿Pueden sus restos contarnos su historia? Con estas preguntas en la cabeza y con el paso del tiempo como elemento de reflexión para su trabajo artístico, José Andrés Gallardo exploró, cámara fotográfica en mano, los restos de la primera cárcel de Herrera de la Mancha, situados muy cerca de la actual, en la provincia de Ciudad Real.
Antigua granja agrícola penitencia, construida en los años sesenta y abandonada en los noventa del siglo pasado, albergó pabellones, una iglesia, una escuela, cocinas, viviendas e incluso una pequeña estación de ferrocarril. Finalizada su actividad, comenzó el lento deterioro y el rápido saqueo, siendo finalmente sus paredes usadas como lienzos por los artistas urbanos de la zona; hasta que todo se demolió en 2018. Hoy, las fotografías son el único testimonio que permanece de su existencia y de la metamorfosis de aquel espacio, conforme al tiempo y a las personas que en algún momento lo transitaron y dejaron su huella.
José Andrés Gallardo, licenciado en Derecho y graduado en Bellas Artes por la UCLM en 2017, con la perspectiva que otorga inevitablemente la madurez, nos habla con su trabajo fotográfico de la transformación y del paso del tiempo, de la lenta pero inexorable decadencia nuestra y de las cosas que nos rodean. En esta ocasión ha querido retratar unos espacios, los del antiguo recinto penitenciario, pero ha intentado capturar algo más, el “Tempus fugit” del que hablaba el poeta Virgilio y el “esto es y esto ha sido” del que hacía lo propio el filósofo francés Roland Barthes. Así, en las fotografías que componen la exposición, el ojo del artista compone incluyendo varios elementos: desde la arquitectura del lugar a los grafitis de las paredes, pero también nos muestra el saqueo en busca de metales, los destrozos y grietas en las paredes o el desmoronamiento de los tejados, incluso la basura y las latas de bebidas acumuladas, restos de alguna fiesta juvenil clandestina… En definitiva, los casi sesenta años de vida de la cárcel, cuando funcionaba como tal, pero también los años que pasó en desuso hasta su derrumbe. Como consecuencia, con la llanura manchega como telón de fondo, se muestran imágenes eclécticamente sorprendentes, una suerte de mausoleo multicolor, donde se invita al espectador a recrear la pequeña o gran historia que cada imagen pueda albergar. Sin olvidar, como conclusión, que todo lo que se ve ya ha desaparecido y que solo es un fantasma, un recuerdo.